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Foto del escritorRocio Pagola

La Práctica


I


nicialmente pensaba en la biomecánica del cuerpo, en cómo funcionamos anatómicamente, la física y mecánica aplicada a nuestros movimientos, la kinésis de nuestras acciones, siempre por fuera, siempre limitadas a la masa que ocupamos en el espacio y su clara relación con las percepciones internas de nuestros mismos músculos , articulaciones y respiración . Ese poder identificar dónde y cómo estamos colocados, qué partes del cuerpo está “trabajando en ese momento” (como si pudiéramos reducirnos a sólo partes).

Claro está, que la Práctica corporal implica más que un cuerpo. Sería muy fácil reducir todos nuestros dolores o estados a un estiramiento o ejercicio determinado (aunque estos puedan contribuir al bienestar).

La conciencia corporal nos ubica en un tiempo y un espacio propio, nuestro. Espacio que ocupamos estemos donde estemos; un lugar generado por la conciencia de nuestras coordenadas físicas y mentales. Lo tangible y lo intangible. Y es en ese espacio donde meto la palabra cuerpo.

Creo que la Práctica implica responsabilidad por uno mismo. Nadie te puede colocar en un lugar en el cual no queres estar estar. Y esa responsabilidad, producto de una aparente libertad, siempre es consecuencia de nuestros actos, nuestras decisiones, pensamientos.

El hecho de tomar conciencia dónde estamos y cómo, supone escarbar bien adentro y profundo en la tierra, comenzar a ver nuestra naturaleza siempre modificada por cosas tan simples como el viento frío, la palabra o la melodía de una canción.

Y mientras más tiempos y espacios generamos, más nos damos cuenta de las infinitas posibilidades que tenemos en nuestro camino, y todas ellas producto de nosotros mismos.

Pienso en las posturas, en lo que significa corporalmente cada una de ellas, los pensamientos que las involucran y que nos generan, y en el tiempo que nos lleva llegar a cada una.

A partir de esto me pongo a pensar en un concepto que una vez leí, llamado ideokinesis. Esta Ideokinesis plantea básicamente que, si uno imagina mentalmente un movimiento o postura, con voluntad y atención, es muy probable que pueda realizarlo con mucha más facilidad que si no lo hiciera previamente. Creo que, más allá de la disponibilidad corporal, son nuestros músculos preparados, también desde la mente los que actúan.

Entonces si mi cuerpo se prepara desde la mente, mi cuerpo también puede dejar de hacerlo del mismo modo y viceversa. Y reconocer esto, pienso, que nos vuelve a dejar en el punto de partida, a cargo de nosotros mismos. Ya no podemos mirar hacia afuera nada más, tratando de encontrar causas y condiciones que nos determinan tajantemente nuestra existencia.

Sostengo que la práctica de Yoga nos lleva tan profundo como queramos llegar con nosotros mismos. A veces podemos más y a veces podemos menos. Nunca es igual y sin embargo es constante.

Partir del movimiento como estado natural, asumirlo en todas su representaciones. En el tiempo, el espacio, en la cotidianeidad que se nos presenta. Las relaciones, deseos y elecciones. El movimiento de la mente.

Todo se mueve, eso es una certeza. Aun cuando creemos que no lo hacemos, que no practicamos. En esa ausencia de movimiento entonces, desde la distancia, desde el aparente vacío, le empiezo a dar valor.

Por otro lado, no puedo evitar asociar todo esto a la tensión, ella en todas sus formas de energía. Pienso y siento, que la tensión viene de la mano del control, del agarre. Un sostener caprichoso, obstinado, falto de espacio, de aire, y eso muchas veces se logra ver en una sencilla postura de clase. Posturas que duelen, molestan, inquietan. Momentos que exceden el cuerpo.

Habiendo planteado esto, y volviendo a respirar me pregunto: ¿Cómo hago para sostener más que una postura? Y ¿qué es lo que realmente estoy sosteniendo?

Pensándolo una y otra vez, recordándome ahí, en el espacio de clase, la voz del profesor, la música de fondo, comienzo a ver que sólo puedo respirar cada vez más profundo, más lento, atenta a lo que me sucede. Siento que todo el tiempo intento sostener lo imposible, eso que no depende de mí, lo fugaz, la realidad siempre cambiante que desesperadamente anhelo controlar. Algo así como querer agarrar una nube y que de pronto se escurra entre los dedos. Y me olvido, con todo ese ruido e imágenes que pasan, de mi respiración.

Inhalación y exhalación, las dos caras de una misma moneda. Pero… ¿cuál es el verdadero límite entre una y otra? Es decir, podría agarrarme del intercambio de los componentes del aire, o del aparente movimiento visceral y diafragmático. Y sin embargo, esa frontera que percibimos es tan fina, tan flexible y situacional. Cambia, se amplia y vuelve de nuevo a cambiar. Algo se eleva, rellena y retorna a su lugar de origen. Siempre un lugar a donde llegar.

¿Cuándo una práctica es entonces verdadera y sincera? ¿Cuándo puedo decir que efectivamente estoy practicando y no siguiendo una clase de estiramientos? Si mi cuerpo físico es el mismo, las posturas son las mismas y la metodología también es la misma, ¿por qué a veces no pareciera resultar? ¿Qué es lo que debe resultar? Entonces me acuerdo de eso tan elemental y común a los hombres, y que tanto nos cuesta incorporar: el disfrute.

Porque es ahí donde pienso que cambia el color y el aroma de lo que acontece. Abordar el cuerpo disfrutándolo, observándonos, incluso cuando hay posturas que cuestan y que requieren fuerza y esfuerzo, posturas físicas y mentales. Estar con todo el cuerpo, es también ESTAR CON TODO. Simplemente estar ahí ¿Dónde más?

Y vuelvo por eso a la práctica otra vez, siempre delatora, siempre buchona, que nos deja en evidencia y nos devuelve una cachetada todo el tiempo bienvenida.

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